No tengo abuelas desde hace tiempo, y la que pretendía que me adoptara se “fue” al poco de llegar yo. Ni siquiera gozo de la presencia de una abuela fantasma tan genial y sarcástica como la de Iago (suertudo, él), así que soy yo misma quien tiene que andar echándose flores todo el día. Un coño, pues muchos pensarán que soy una creída, una estúpida, una subida de tono. Vaya usted a saber! El caso es que soy buena gente. Afirmo. Y, como no podía ser de otra forma, comparto mi vida con buena gente.
Algunas veces pienso que cuando era pequeñita, en alguna de aquellas múltiples caídas que sufrí por andar siempre donde no debía, se debió introducir en alguna parte de mi cuerpo (probablemente en las rodillas que eran siempre las damnificadas, pobres) alguna especie de imán atrapador de gatos. De otra forma no se explica que siempre se me peguen todos, no?
Como sabéis, Boo llegó solito un buen día a casa (sin duda atraído por mi fuerza magnética oculta). Snake se enredó con mis piernas (ven como lo de las rodillas es verídico??!!) cuando caminaba por la calle. Pero no son sólo ellos los que se me arriman, no, no, hay algunos que no contentos con “acosarme” por la calle para que les traiga a casa (el Costillo me tiene casi amenazada: si entra otro gato salgo yo!), se presentan aquí por las buenas, así como el que no quiere la cosa: pasaba por aquí, viste? Es un no creer.
Hubo un tiempo (hace algunos años) en que mi Costillo tenía unos horarios laborales poco menos que mortales de necesidad (de hecho, el que iba a ese trabajo era él, pero la muerta era yo, que no podia acostumbrarse a ese ritmo infernal y a esos cambios de turno a diario). Algunas veces se iba de casa a las cinco de la mañana o antes, y yo me quedaba en la cama, claro, a dónde va ir una a esas horas! (supongo que no sería plan largarme a un after de esos mientras el Costillo se deslomaba, no?), pero claro, siempre era como en una especie de duermevela, que estás dormida pero estás al loro. Esto tal vez sean resquicios del pavor que le tenía a la oscuridad cuando era chica. El caso es que un día, a eso de las seis, noche cerrada (si fuese ahora ya estarían los pajarillos cantando, sería pleno día y no me asustaría tanto), comencé a escuchar unos sonidos de lo más extraños en la terraza. Era como el lamento de un bebé y digo yo: quién sería la bruja capaz de volar, subir hasta aquí y dejar un retoño para que termine de arrebatarme el poco sueño que me quedaba? Pudo más (como siempre) la curiosidad que el miedo y me asomé a ver qué pasaba. No sabía si me encontraría al bebé de la bruja o a un alien, pues los alaridos eran aterradores. El caso es que medio paralizada por el miedo fui asomando mi naricilla (sin abrir puertas ni ventanas, of course!, que una es maruja pero no idiota) y ahí estaba él. Una cosilla moníiiiiiiiiiiisima, con carita de “quiéreme un poco, please, y sere tuyo”. Ains. Salí. Se asustó, corrió un poco, pero cuando vio que llevaba algo que supuestamente olía rico, se me acercó, se dejó acariciar y tres segundos y medio después se puso a comer como si le fuese la vida en ello. A todo esto, desde dentro, Chipie y Boo estaban como locos. Boo un poco menos, pues es más pasota y creo que lo único que pensaba era: “Por dior que no traiga más “bichos” a casa!!” (y es que Boo no llevó muy bien la llegada de Chipie, aunque ahora le adore). Chipie, que en todo sale a su padre, es marujo, cotillo, buena gente y genial anfitrión, como yo. Así que estaba desesperado porque le dejase entrar y tener así alguien con quien jugar y hacer perrerías (o gaterías) por la casa, ya que Boo, como os digo, no le hacía ni caso.
Nuestro querido amigo, llegó, recibió mimos, comió y se fue como alma que lleva el diablo. Al día siguiente, a la misma hora, la misma canción: repetimos todoooo, pero esta vez dentro de casa. Así estuvo días y días y yo estaba loca con él y pensando, pues nada le llevamos al veterinario y si no es de nadie… se siente, nos lo quedamos!!! El Costillo estaba también animado (y eso que sólo le había visto en fotos), pero es que no era para menos. Su piel color arena y sus huevotes bien puestos que a mí me encantaban (los nuestros venían castrados de serie). Ay, qué cosa más bonita. El Costillo, mucho más sabio que yo en estos temos, me decía que no me emocionase demasiado, que seguro que andaba a “gatas” y hacía un descanso en su aventura para venir a picar algo. Que cuando se le pasase la calentura no volvería. Y así fue, y yo me quedé toda chafada. Y ya no digo nada de Chipie, tan cariñoso siempre con los de fuera. Al borde estuvo de una depresión. Nunca más se supo de él.
Una noche volví a escuchar ruidos y me levanté a la carrera, pensando que era mi Arenita lindo, pero no, era un tremendo gatazo que pesaría veinte kilos (sin exagerar), que me pegó un bufido que casi me deja muerta. Siguió sentado en la silla de nuestra terraza hasta que tuvo a bien y yo, honestamente, no me atreví a asomar ni la patita, no fuera a ser que me la arrancase de un zarpazo.
Cierta vez, domingo por la mañana, estábamos el Costillo y yo tomándonos un café, o desayunando, no recuerdo. El caso es que empezamos a oír llorar y, como siempre, dijimos al unísono: “Chipieeeeeeeeee”. Y el pobre Chipie nos miró como diciendo, y a estos ahora qué tripa se les ha roto? No era él quien lloraba y Bonnie no llora nunca. Será algún crío que pasaba por la calle. Pero es que el llanto seguí oyéndose y nosotros locos, que no sabíamos de dónde procedía. El Costillo, que no se caracteriza precisamente por su paciencia, se levantó y dijo: Hasta aquí. Bajó a la puerta que da a la calle, la abrió para ver qué sucedía y allí estaba ella: una bolita negra y peluda, llorando justo delante de la puerta de entrada, reclamando atención. La cogió, la subió a casa, un amor de gata os digo. Se dejaba mimar, acariciar, besar… Era diminuta, negra como la noche y de hermosos ojos verdes. Y odiaba a los otros gatos. Chipie, haciendo gala de su saber estar, fue a darle la bienvenida y ella le pegó un bufido que el pobre saltó tres metros hacia atrás hacienda vuelta campana y rueda lateral. La tuvimos unos días en casa, porque el Costillo no podía ir esos días al veterinario, y con nosotros se portaba genial, pero a los otros dos los traía fritos. No les dejaba acercarse ni a diez metros, porque ya empezaba a bufar y a ponerles caras raras y ellos salían por piernas. Ambos pensábamos que la gata a lo mejor era de alguien (rezábamos para que no y así quedárnosla), así que decidimos que no podíamos esperar más tiempo y fui yo quien la llevó a la clínica. La metí en el transportín y nos fuimos. Me subo al autobús (el Costillo va siempre en bici, pero yo si voy con bici voy a lo que voy y necesito las dos manos, me resulta imposible llevar el dichoso transportín atrás y manejar con una sola mano. Soy torpe, lo sé) y el chófer (a los que yo siempre llamo autobuseros, que me gusta más) me dijo que vaya gatito lindo que tenía y que si estaba enfermo. Y yo, en mi Holandés a medias, diciéndole que era una gatita, que sí, que era muy linda, pero que no era mía y no sabía si estaba enferma o no, que la llevaba al veterinario para ver si tenía chip. Y él: Uy, pero eso te va a costar mucho dinero, no es mejor que lo lleves a un asilo? Y yo, no, no, nuestro veterinario es un solete y quiero llevarla allí, porque si no es de nadie, nos la quedamos y así ya pueden hacerle una revisión, tomarle los datos, vacunarla… El pobre me miró con cara rara y me dijo que no me cobraba el billete porque pocas veces se encontraba con gente tan buena por la calle (toma ya!). Durante todo el trayecto (unos diez minutos tampoco piensen) fuimos hablando el autobusero y yo de la dichosa minina y de los otros dos que quedaban en casa. Llegué al veterinario y os digo que sudaba deseando con todas mis fuerzas que no tuviese chip, que no fuese de nadie. Empezaron a pasarle el aparatejo detector y nada, no pitaba. Y yo ya daba gracias al cielo. Pero no es sabio cantar victoria antes de tiempo (y eso es algo que nunca aprendo). En un momento la máquina empezó a pitar. El veterinario dijo que el chip no estaba colocado en el sitio más habitual, pero que sí había uno. Ains. Adiós negrita, adiós. A través de no sé qué web encontraron a la dueña y la llamaron desde allí. Lo primero que preguntó fue si estaba bien, lo segundo si le podían dar los datos de los que la habían encontrado. El veterinario me preguntó si me molestaba y le dije que no. Obvio. Me fui de la clínica dejando allí a la gatita, a la que pasaría su dueña a buscar. Volví a casa muy triste, no voy a negarlo, porque le había cogido cariño y me hacía ilusión quedármela. A las dos o tres horas suena el teléfono. Era la chica para saber dónde la habíamos encontrado. Le conté toda la historia y la pobre no sabía si reír o llorar. Me agradeció mil veces que la hubiésemos cuidado y, sobre todo, que no nos la hubiésemos quedado. Llevaban cuatro años juntas, ya había sido mamá, y el cariño que le tenían todos en casa era tan grande que desde que desapareció andaban también ellos como perdidos. Se me fue la tristeza de un plumazo y me alegré tremendamente por la gata y por su dueña. Y me sentí (nos sentí) buena gente.
Al día siguiente sonó el timbre. Bajo a abrir y me encuentro con una moza toda sonriente con un tremendo ramo de girasoles. Era la “mamá” de la gata (cuyo nombre no recuerdo y el Costillo no está para preguntarle). Nos contó dónde vivían y la suerte de que la gata hubiese podido llegar hasta nuestra casa, pleno centro, tráfico a tope, sin haberle pasado nada.
Han aparecido otros en nuestra vida, y son infinitos los que me han asaltado en plena calle, pero esto se está haciendo kilométrico, así que abrevio. La última en aparecer y la que, sin duda, nos robó el corazón (especialmente a Chipie, que creyó encontrar al amor de su vida) fue La Puti. Ella, elegante, preciosa, llegaba y se paseaba por la terraza, contoneándose con gracia y salero. Y él, pobre, no podía apartarle los ojos de encima. Se iba corriendo desde la ventana de la cocina a la de la habitación y la miraba, la buscaba, la deseaba. El primer día se asustó cuando salí, pero al rato volvió, le di comida, la acaricié un poco y Chipie se desesperó por no poder salir y acariciarla. Volvió y volvió y volvió… hasta cuatro veces al día venía a por su ración de comida, la muy loca! Entraba en casa, se dejaba acariciar, a veces soltaba unos zarpazos que te ponían de vuelta y media (todavía tengo el recuerdo de uno que me hizo en una tetilla, la muy bruta!, y hace más de seis meses de todo esto), le bufaba a Chipie (este pobre bicho debería asumir que no es muy afortunado en el amor, y que su vida como relaciones públicas no tiene futuro) y presumía, presumía ante ellos y ante nosotros. El Costillo siempre dijo que esa gata le olía a perfume… femenino. Y era cierto.
Algunas veces pienso que cuando era pequeñita, en alguna de aquellas múltiples caídas que sufrí por andar siempre donde no debía, se debió introducir en alguna parte de mi cuerpo (probablemente en las rodillas que eran siempre las damnificadas, pobres) alguna especie de imán atrapador de gatos. De otra forma no se explica que siempre se me peguen todos, no?
Como sabéis, Boo llegó solito un buen día a casa (sin duda atraído por mi fuerza magnética oculta). Snake se enredó con mis piernas (ven como lo de las rodillas es verídico??!!) cuando caminaba por la calle. Pero no son sólo ellos los que se me arriman, no, no, hay algunos que no contentos con “acosarme” por la calle para que les traiga a casa (el Costillo me tiene casi amenazada: si entra otro gato salgo yo!), se presentan aquí por las buenas, así como el que no quiere la cosa: pasaba por aquí, viste? Es un no creer.
Hubo un tiempo (hace algunos años) en que mi Costillo tenía unos horarios laborales poco menos que mortales de necesidad (de hecho, el que iba a ese trabajo era él, pero la muerta era yo, que no podia acostumbrarse a ese ritmo infernal y a esos cambios de turno a diario). Algunas veces se iba de casa a las cinco de la mañana o antes, y yo me quedaba en la cama, claro, a dónde va ir una a esas horas! (supongo que no sería plan largarme a un after de esos mientras el Costillo se deslomaba, no?), pero claro, siempre era como en una especie de duermevela, que estás dormida pero estás al loro. Esto tal vez sean resquicios del pavor que le tenía a la oscuridad cuando era chica. El caso es que un día, a eso de las seis, noche cerrada (si fuese ahora ya estarían los pajarillos cantando, sería pleno día y no me asustaría tanto), comencé a escuchar unos sonidos de lo más extraños en la terraza. Era como el lamento de un bebé y digo yo: quién sería la bruja capaz de volar, subir hasta aquí y dejar un retoño para que termine de arrebatarme el poco sueño que me quedaba? Pudo más (como siempre) la curiosidad que el miedo y me asomé a ver qué pasaba. No sabía si me encontraría al bebé de la bruja o a un alien, pues los alaridos eran aterradores. El caso es que medio paralizada por el miedo fui asomando mi naricilla (sin abrir puertas ni ventanas, of course!, que una es maruja pero no idiota) y ahí estaba él. Una cosilla moníiiiiiiiiiiisima, con carita de “quiéreme un poco, please, y sere tuyo”. Ains. Salí. Se asustó, corrió un poco, pero cuando vio que llevaba algo que supuestamente olía rico, se me acercó, se dejó acariciar y tres segundos y medio después se puso a comer como si le fuese la vida en ello. A todo esto, desde dentro, Chipie y Boo estaban como locos. Boo un poco menos, pues es más pasota y creo que lo único que pensaba era: “Por dior que no traiga más “bichos” a casa!!” (y es que Boo no llevó muy bien la llegada de Chipie, aunque ahora le adore). Chipie, que en todo sale a su padre, es marujo, cotillo, buena gente y genial anfitrión, como yo. Así que estaba desesperado porque le dejase entrar y tener así alguien con quien jugar y hacer perrerías (o gaterías) por la casa, ya que Boo, como os digo, no le hacía ni caso.
Nuestro querido amigo, llegó, recibió mimos, comió y se fue como alma que lleva el diablo. Al día siguiente, a la misma hora, la misma canción: repetimos todoooo, pero esta vez dentro de casa. Así estuvo días y días y yo estaba loca con él y pensando, pues nada le llevamos al veterinario y si no es de nadie… se siente, nos lo quedamos!!! El Costillo estaba también animado (y eso que sólo le había visto en fotos), pero es que no era para menos. Su piel color arena y sus huevotes bien puestos que a mí me encantaban (los nuestros venían castrados de serie). Ay, qué cosa más bonita. El Costillo, mucho más sabio que yo en estos temos, me decía que no me emocionase demasiado, que seguro que andaba a “gatas” y hacía un descanso en su aventura para venir a picar algo. Que cuando se le pasase la calentura no volvería. Y así fue, y yo me quedé toda chafada. Y ya no digo nada de Chipie, tan cariñoso siempre con los de fuera. Al borde estuvo de una depresión. Nunca más se supo de él.
Una noche volví a escuchar ruidos y me levanté a la carrera, pensando que era mi Arenita lindo, pero no, era un tremendo gatazo que pesaría veinte kilos (sin exagerar), que me pegó un bufido que casi me deja muerta. Siguió sentado en la silla de nuestra terraza hasta que tuvo a bien y yo, honestamente, no me atreví a asomar ni la patita, no fuera a ser que me la arrancase de un zarpazo.
Cierta vez, domingo por la mañana, estábamos el Costillo y yo tomándonos un café, o desayunando, no recuerdo. El caso es que empezamos a oír llorar y, como siempre, dijimos al unísono: “Chipieeeeeeeeee”. Y el pobre Chipie nos miró como diciendo, y a estos ahora qué tripa se les ha roto? No era él quien lloraba y Bonnie no llora nunca. Será algún crío que pasaba por la calle. Pero es que el llanto seguí oyéndose y nosotros locos, que no sabíamos de dónde procedía. El Costillo, que no se caracteriza precisamente por su paciencia, se levantó y dijo: Hasta aquí. Bajó a la puerta que da a la calle, la abrió para ver qué sucedía y allí estaba ella: una bolita negra y peluda, llorando justo delante de la puerta de entrada, reclamando atención. La cogió, la subió a casa, un amor de gata os digo. Se dejaba mimar, acariciar, besar… Era diminuta, negra como la noche y de hermosos ojos verdes. Y odiaba a los otros gatos. Chipie, haciendo gala de su saber estar, fue a darle la bienvenida y ella le pegó un bufido que el pobre saltó tres metros hacia atrás hacienda vuelta campana y rueda lateral. La tuvimos unos días en casa, porque el Costillo no podía ir esos días al veterinario, y con nosotros se portaba genial, pero a los otros dos los traía fritos. No les dejaba acercarse ni a diez metros, porque ya empezaba a bufar y a ponerles caras raras y ellos salían por piernas. Ambos pensábamos que la gata a lo mejor era de alguien (rezábamos para que no y así quedárnosla), así que decidimos que no podíamos esperar más tiempo y fui yo quien la llevó a la clínica. La metí en el transportín y nos fuimos. Me subo al autobús (el Costillo va siempre en bici, pero yo si voy con bici voy a lo que voy y necesito las dos manos, me resulta imposible llevar el dichoso transportín atrás y manejar con una sola mano. Soy torpe, lo sé) y el chófer (a los que yo siempre llamo autobuseros, que me gusta más) me dijo que vaya gatito lindo que tenía y que si estaba enfermo. Y yo, en mi Holandés a medias, diciéndole que era una gatita, que sí, que era muy linda, pero que no era mía y no sabía si estaba enferma o no, que la llevaba al veterinario para ver si tenía chip. Y él: Uy, pero eso te va a costar mucho dinero, no es mejor que lo lleves a un asilo? Y yo, no, no, nuestro veterinario es un solete y quiero llevarla allí, porque si no es de nadie, nos la quedamos y así ya pueden hacerle una revisión, tomarle los datos, vacunarla… El pobre me miró con cara rara y me dijo que no me cobraba el billete porque pocas veces se encontraba con gente tan buena por la calle (toma ya!). Durante todo el trayecto (unos diez minutos tampoco piensen) fuimos hablando el autobusero y yo de la dichosa minina y de los otros dos que quedaban en casa. Llegué al veterinario y os digo que sudaba deseando con todas mis fuerzas que no tuviese chip, que no fuese de nadie. Empezaron a pasarle el aparatejo detector y nada, no pitaba. Y yo ya daba gracias al cielo. Pero no es sabio cantar victoria antes de tiempo (y eso es algo que nunca aprendo). En un momento la máquina empezó a pitar. El veterinario dijo que el chip no estaba colocado en el sitio más habitual, pero que sí había uno. Ains. Adiós negrita, adiós. A través de no sé qué web encontraron a la dueña y la llamaron desde allí. Lo primero que preguntó fue si estaba bien, lo segundo si le podían dar los datos de los que la habían encontrado. El veterinario me preguntó si me molestaba y le dije que no. Obvio. Me fui de la clínica dejando allí a la gatita, a la que pasaría su dueña a buscar. Volví a casa muy triste, no voy a negarlo, porque le había cogido cariño y me hacía ilusión quedármela. A las dos o tres horas suena el teléfono. Era la chica para saber dónde la habíamos encontrado. Le conté toda la historia y la pobre no sabía si reír o llorar. Me agradeció mil veces que la hubiésemos cuidado y, sobre todo, que no nos la hubiésemos quedado. Llevaban cuatro años juntas, ya había sido mamá, y el cariño que le tenían todos en casa era tan grande que desde que desapareció andaban también ellos como perdidos. Se me fue la tristeza de un plumazo y me alegré tremendamente por la gata y por su dueña. Y me sentí (nos sentí) buena gente.
Al día siguiente sonó el timbre. Bajo a abrir y me encuentro con una moza toda sonriente con un tremendo ramo de girasoles. Era la “mamá” de la gata (cuyo nombre no recuerdo y el Costillo no está para preguntarle). Nos contó dónde vivían y la suerte de que la gata hubiese podido llegar hasta nuestra casa, pleno centro, tráfico a tope, sin haberle pasado nada.
Han aparecido otros en nuestra vida, y son infinitos los que me han asaltado en plena calle, pero esto se está haciendo kilométrico, así que abrevio. La última en aparecer y la que, sin duda, nos robó el corazón (especialmente a Chipie, que creyó encontrar al amor de su vida) fue La Puti. Ella, elegante, preciosa, llegaba y se paseaba por la terraza, contoneándose con gracia y salero. Y él, pobre, no podía apartarle los ojos de encima. Se iba corriendo desde la ventana de la cocina a la de la habitación y la miraba, la buscaba, la deseaba. El primer día se asustó cuando salí, pero al rato volvió, le di comida, la acaricié un poco y Chipie se desesperó por no poder salir y acariciarla. Volvió y volvió y volvió… hasta cuatro veces al día venía a por su ración de comida, la muy loca! Entraba en casa, se dejaba acariciar, a veces soltaba unos zarpazos que te ponían de vuelta y media (todavía tengo el recuerdo de uno que me hizo en una tetilla, la muy bruta!, y hace más de seis meses de todo esto), le bufaba a Chipie (este pobre bicho debería asumir que no es muy afortunado en el amor, y que su vida como relaciones públicas no tiene futuro) y presumía, presumía ante ellos y ante nosotros. El Costillo siempre dijo que esa gata le olía a perfume… femenino. Y era cierto.
El nombre que le pusimos (no tan elegante como la gata, todo hay que decirlo) le venía que ni pintado: venía, comía, recibía sus toneladas de caricias diarias, ponía “cachondillo” a Chipie, y se largaba. Y así cada vez. Al principio dudábamos de si era la misma gata o no, pues la “primera” traía un collar fucsia, muy coqueto, y la “segunda” no traía nada. Agradecimos mi manía de ir casi siempre cámara en mano, y pudimos comprobar que era la misma. El collar apareció un día cuando hubo que podar el arbolito de Bonnie.
La época de celo fue terrible. En las terrazas se oían alaridos que podrían escucharse a cientos de kilómetros. Nos costaba dormir, los gatos no paraban, querían salir. Un sindiós. Después de aquella época no sé si volvió una o dos veces, y ahora hace meses que no se deja caer por aquí, y la verdad es que, a pesar de sus afiladas uñas, la echamos terriblemente de menos. Vuelve, Puti, te necesitamos!!
19 comentarios:
Pues claro que no necesitas abuelas, se te ve de lejos que eres buena gente. Y conforme me acerco, todavía me lo pareces más.
Me ha encantado la historia, tan bien ilustrada como siempre (te imagino preparada, con la cámara a punto por lo que pueda suceder). Ese imán tuyo con los mininos hace que te vea casi como una "cat woman", con mono negro ceñido y antifaz. Besos.
Pero que bien escribes y que preciosidad de animales.Comparto tu cariño por los gatos.Yo tenía uno pero lo deovolví a la protectora y me arrepiento tanto.
Son como personitas y aunque no hablan a veces parece que te entienden.Mi padre siempre dice que si son felinos, que si son agresivos y no se que historias más pero a mi me encanta la mezcla de independencia y cariño que dan.
un beso.
me he liado con tanto gato, pero no con tu corazón , que es inmenso!
LAURA, tesoro, me sonrojas. El antifaz lo llevo siempre puesto (tal son mis ojeras!!), lo del mono ceñido... quizás hace unos años me habría quedado bien, hoy más que cat woman parecería una foca, jajaja. Un besote, tesoro.
ANITA, son geniales y dan tanto amor que no se puede contar con palabras. También los hay gatos-gatos, y esos me gustan menos, tan independientes que ni siquiera puedes acercarte a ellos. Nosotros hemos tenido muchísima suerte y estos tres son una mezcla de perro y gato. Han cogido lo mejor de cada uno y han se han convertido en seres geniales. Y la compañía que hacen!! Yo no sabría que hacer sin ellos. Cuando voy a "casa" a España, siempre me falta algo y voy mirando por cada esquina a ver si me sale alguno. Ains. Un besote, reina.
NILS... esta es la segunda o tercera vez que comentamos a la vez!
Gracias por tus palabras. Se han quedado muchos en el camino, quizás en otros post. Pero estos son los que más nos han llegado (aquí). Un besazo.
Desde luego que eres buena gente, y ellos lo saben,por eso acuden donde tu estás, ay querida, que peligroso es eso de no saber decir
No !!! Menos mal que el costillo te frena un poquito.
Besazos guapa.
BIRA: (de aquí en adelante catgirl)
Lo tuyo con los gatos/as no esta insertado en tus rodillas como un imán . . . lo tuyo esta incrustado en tu corazón . . . los que aman a los animales son irremediablemente buena gente (Thiago diría: y los que aman a los armarios también).
Amar es cosa de a dos, o de a veinte, no importa . . .lo importante es tener o no la capacidad de amar . . . sabes se puede amar en los tres reinos, puedes amar una planta, una roca (y si es un diamante mucho mas jajajaja), y lógicamente a cualquier ser vivo.
Nosotros con "El Pibe" tenemos algo importante, lo vemos como un semejante, no lo clasificamos como a un "perro", el es nuestro bebe.
Yo hasta le escribí una poesía que luego fue incluida en mi libro "Caminando caminos ajenos", mira:
PIBE, BLANCO PIBE:
Blanco, que te quiero blanco,
blanco azúcar, blanca espuma,
mi perrito es bien blanco
tenerlo es una gran fortuna.
Blanco como la luna,
blanco leche, blanco teta,
duerme feliz en su cuna
y jugando es un atléta.
Tan blanco se mimetiza,
cuando juega en la nieve,
solo llevando baliza
se puede ver su relieve.
Blanco cual el algodón,
y suave como la brisa,
su rabito es un pompón,
y lo mueve muy deprisa.
Blanco es su corazón,
pues de pureza esta lleno,
es un perrito dulzón,
y tiene ojitos de bueno.
Blanco y en su blancura,
el corre y juega conmigo
me regala su ternura,
sabe, que es mi buen amigo.
Blanco y pequeñito,
felices hace mis días,
es mi perro muy bonito,
divierten sus picardías.
El blanco se llama Pibe,
y en mi, lleno un espacio,
cálido como el caribe,
valioso como un topacio.
by CarlosHugoBecerra
Ojala te guste BIRA, te dejo besos desde los tres de Melilla, para los (Cuantos son ???) cinco (creo) de Holanda.
CarlosHugoBecerra.
Conxa, un día aprenderé a decir no, verás. Y no será a los gatos precisamente. Un besote guapísima.
Carlos, tesoro, me dejas sin palabras. Tus comentarios me dejan siempre alucinada. Eres un campeón!!! Estoy espesita pero os mando mil millones de besos a ti, a Isabel y al Pibe. De verdad, gracias!!
La poesía es muy linda. Para mí escribir poesía es como pintar un cuadro: soy una negada total. Tal vez por eso admire tanto a los que sois capaces de hacerlo. Por si el Pibe no te dio las gracias en su momento, te las doy yo.
En cuanto a lo de tomarlos como uno más en casa, qué me vas a contar, si hablo más con ellos que con el Costillo!!
Más besos, estos todos, todos, todos para ti, por ser como eres!
me encanta que seas asi de cariñosa con los gatitos...
un beso
Me encantan los gatitos, tu historia me ha hecho recordar todos mis gatito.
Siempre ha habido al menos un gato en casa, llegamos a tener varias generaciones conviviendo, recuerdo especialmente a Musi que fue hasta tatarabuela, era la mejor gata del mundo.
Ahora tengo a dos, Jineta y su hijo Copito, pero están en mi casa del pueblo y los veo poco, me gustaría convencer a mi costillo (te copio la palabra que me encanta) que me deje tener uno, pero supongo que los mimos los quiere para el sólo.
BIRA:
Es que me pongo colorado (mentira me encanta que me adulen) jajajaja
No, hablando en serio, eres muy generosa con tus palabras sobre mis comentarios, yo simplemente te hablo como si estuvieras sentada frente a mi en un café aquí en el paseo Marítimo y cañitas de por medio te contara de mi tierra, mi Isabel, mi Pibe, y alguito de Carlos.
Como ya te dije en otro post, uno sabe de inmediato cuando entre dos seres hay piel, y eso ya no esta en tela de discusion.
Princesa, continuemos caminando por esta via rapida de la amistad que seguro llegaremos a buen destino.
Cariños.
Carlos.
AWWWWWWWWWWWW!!!!!!!! Me encanto, aunque los mininos no son mi fuerte (Y los animales en general)... Como mi vida es medio goofy, a mi me persiguen solo los perros, pero no para que los cuide y los alimente con sobras ¡NO! Para que los alimente con mi propia carne, para ladrarme y hacer un escandalo terrible cuando quiero meterme en la casa sin que descubran que hora es... Es sad... Quizas es que no soy tan buena gente como tú... Muchos saludos, touching post!
Birin-Birin
Me devoré el post, mañana vengo y te comento, sabes que necesito hacer terapia. Ya te presenté a Micha. Un beso, estoy dormidaa.
KOTTO, yo soy muy cariñosa… casi siempre, y no sólo con los gatitos, jeje! ;-) Besos
CARAMELO, ya me imagino lo que les echarás de menos. Puedes copiar lo que quieras, estás en tu casa. Los mimos siempre se pueden compartir: las que como tú y yo estamos llenas de ternura y amor (lo de que no tengo abuelas ya lo he dicho, no?) tenemos para dar, regalar y exportar!! Besos
CARLOS, todo lo que te diga es poco, y lo sabes. Eres tremendamente generoso en tus comentarios, y supongo, en la vida (no podría ser de otra forma). Ya estoy echando en falta ese café! Besotes
SANDUM, me he muerto de risa imaginándote huyendo de algo peludo, jajaja. Perdona. Lo de alimentarles con tu propia carne me ha dejado muerta. Un beso inmenso.
VIVIAN, espero ansiosa tus comentarios, como siempre. Me ha encantado la presentación de Micha y me has puesto más roja que un tomate (bueno, lo de demente voy a hacer como que no lo leí, ejem). Un besote.
Me encanta que te encanten los animales..a mi me vuelven loco...
Jopeta, cari.. para que quieres una abuela teniendo tanto gato, jaaja Ya sabes que mi prefe es Snake...
Te van a dar el Nobel eso si, pero el Witskas o como se llame la comida de gatos, jajaj Yo soy de perras ya sabes, aunque tengo un gato callejero que yo llamo MIMOSO y que viene a verme a mi casa... igual es uno tuyo, nuse.
Lo qu si se es que Costillo tiene razón, eh... yo creo que ya con los que teneis esta bien, jaajaj.
Espera que Ricardo Linde lea el post, veras..
Eso si, con permiso, Carlos, tu poesía me encanta, pero aun me debes una, que lo sepas, y que los armarios no se aman, se montan y se desmontan, se usan, se cuelga la ropa en sus anaqueles como colgamos del alma los recuerdos y las experiencias, y luego.... ¡se pone matapolillas! y listo, jajaja
Bezos.
Anselmo, es que no queda otra que quererles. Siempre digo que, salvando a Mw. Alma, son mis mejores amigos aquí. Tal vez los únicos. Ains. Estoy morriñosa, lo sé.
Iago, es que tú y Snake parecéis primos, siempre preparando alguna, jajaja. Broma, pero es que me lo has dejado a huevo!
Estoy lejos, lejos de hacer lo que hace Ricardo por los bichillos, pero bueno, me conformo poniendo un granito de arena.
Eres tan tierno, Iago, que hasta escribiendo mamarrachadas se te escapa esa vena: me ha encantado lo de colgar recuerdos del alma. Qué bien escribes, jodío!
Besos para todos, a diestro y siniestro, sin control!
Ay madre mí este relato era necesario para entender la historia de tus gatos. Pobre Costillo al final se tuvo que tragar el ultimátum de si entran más gatos salgo yo! jajaja, es lo que tiene ser buena gente! Por las noches en casa de mis padres se oyen muchas veces a los gatos en celo llorar, a mi me sacan de mis casillas, me dan miedo y repelús a partes iguales. Espero que todos tus gatos sean machos porque si no vaya cachondeo en tu casa! jajaja Saludos!
DI, cuando están en celo a mí me dan miedo y pena a partes iguales. Al mismo tiempo, agradezco que los humanos, por regla general, seamos más discretos a la hora de buscar polvete (aunque no todos).
El tema sexual de nuestros gatos es peliagudo. Los tres están castrados (venían así de serie, y menos mal, porque a mí me daría una pena tremenda tener que hacerles pasar por eso). Son machos castrados, pues, pero sólo en principio, porque Chipie a causa de la tremenda paliza que le dieron y Bonnie por enfermedad (que se nos moría, pobre) tuvieron que ser operados y les han eliminado todo, todito, todo. Así que supongo que ahora serán transexuales o algo así, no? A veces le digo al Costillo que se ande con cuidado, porque en esta casa parece que sólo hay eunucos, y que no vaya a ser él el próximo (por dior!!).
Besos guapa.
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