domingo, 11 de mayo de 2008

Hong Kong: el viaje.

Soy de pueblo. Más que las amapolas, y bien contenta que estoy de serlo, porque aunque haya carecido de ciertos beneficios a los que sólo acceden los que viven en las ciudades, durante mi niñez pude disfrutar de los juegos en la calle con todos mis amigos y otras ventajas que sólo ofrecen los pueblos.


En enero de 2004 (no es una noticia de última hora, me consta, pero por aquel entonces no tenía un blog donde contarlo y ahora sí) el Costillo decidió regalarnos un miniviaje a Hong Kong del que una de las cosas que más me impresionó fue el vuelo. Casi más aún que esa ciudad loca y excitante.


Andaba yo muy preocupada, porque nunca había hecho un viaje tan largo (ni en avión ni en mis sueños) y no sabía si resistiría tanto tiempo sin fumar (soy fumadora compulsiva, pese a mis Papis y a Haquiles, que no paran de darme la tabarra con que debería dejarlo. Y tienen razón, pero...), si aguantaría todas esas horas (once para ir y trece para volver, por esos misterios de las rutas aéreas, que a mí me suenan a chino mandarín o a expediente X) encerrada, si podría volver a mover las piernas tras las que yo imaginaba pesadísimas horas de vuelo.
Viajamos con KLM en "business class", algo que nunca había hecho y que, por desgracia, no se ha vuelto a repetir (aunque no pierdo la esperanza y es que, desde el último viaje largo, que hicimos en turista, el Costillo ha dicho que "nuna jamás", que no hay quien pueda, no hay quien pueda con la gente marinera, digo, esto, que no es moral ni ético ni saludable viajar en esas condiciones y que si hay que esperar más, se espera, pero que para viajes de semejante duración o primera o no vamos). Todos mis miedos se desvanecieron en el momento en que la azafata apareció con una copa de champán (no sé ni las que me bebí a lo largo del vuelo).


Y buena falta que me hizo porque en Schiphol (el aeropuerto de Amsterdam) tuvimos que esperar dos horas dentro del avión ya que había una cola inmensa de aviones esperando a que les quitasen (al nuestro también, obviamente) el hielo que tenían adherido. Por cierto, en el que nosotros viajamos era un Boeing 747-400 (si habéis tenido la oportunidad de ver alguno, nosotros íbamos en las ventanitas pequeñas que se ven en el piso superior, un espacio reservado para veintiocho afortunados que pueden creerse algo mientras viajan. Es patético pero es así, nada que ver con la marabunta que había en clase turista, donde aún habiendo más espacio que en aviones normales, las hileras de asientos parecían interminables).


Llamadme cutre-pija si queréis, pero disfruté de cada detalle. Desde el hecho de que son las azafatas las que te cuelgan el abrigo o te colocan el equipaje de mano (donde no importan las medidas y había pasajeros cuyo maletín me hizo pensar que llevaban a la abuela dentro) hasta el hecho de que cada poco pasen a ofrecerte bebidas o cositas para picar. O el que te den calcetines, manta, almohada, un antifaz para que no te moleste la luz, neceser (además de tener en los aseos de todo, hasta crema hidratante!!). O el amplio espacio del que dispones para ti solito (en mi caso no es muy importante, porque soy un tapón y si me pones encima de un euro me quedan colgando las piernas, pero el Costillo mide más de metro noventa y pudo permitirse dormir a pierna suelta, que más estirado ni el Señor Snake). Eso sin olvidar la comida, excelente a la ida y demasiado oriental para mi gusto a la vuelta, servida en platos de verdad y no con cubertería de plástico precisamente.


Por supuesto, pantallita individual en la que disfrutar de diferentes películas o donde observar la ruta de vuelo (que a mí me encanta), auriculares especiales (carísimos según pude saber y que, para evitar a los amigos de lo ajeno, llevan una clavija especial que los hace inservibles para el uso fuera del avión) para que no entren ruidos desde fuera. Ya os digo, un lujazo al que no me costaría nada acostumbrarme.


En la susodicha pantallita pudimos observar el trayecto desde Amsterdam a Alemania, de allí a Rusia, sobrevolando el Himalaya (que es una pasada!!), también pasamos sobre el Desierto del Gobi y desde allí hasta nuestro destino final, Hong Kong.






Cuando viajas con KLM en business class te regalan una miniatura de casita típica holandesa. La casita está hecha en cerámica de Delft y es, en realidad, un botella de ginebra de la marca Bols. Responden a modelos reales, es decir, esas casas realmente existen. Son muchos modelos diferentes y van numerados. Algunos alcanzan precios astronómicos en páginas como ebay (los más difíciles de conseguir, claro).

















Hubo una época en la que la aerolínea dejó de obsequiar a sus viajeros ya que el precio de las casitas es alto y pretendían abaratar costes. Fue tal el revuelo que se armó que no les quedó otra que volver a la antigüa costumbre y actualmente todavía recibirás una casita si vuelas con ellos en business.


Durante todo el trayecto el personal está yendo y viniendo (sin resultar molesto, que más que humanos parecen gatos, tan sigilosos) ofreciéndote cosas para beber o para picar. El desayuno, al igual que la comida, fue memorable. Para la comida no sólo te traen la carta con el menú, sino que también hay carta de vinos. Ahí es ná!








Cuando estábamos recogiendo nuestras cosas para abandonar el avión, se nos acercó una azafata la mar de salada y nos regaló (además!!) un par de bolsas llenas de chuminadas para picar (deliciosas, por cierto) y un par de botellas de un vino excelente. Vamos, que sólo tengo buenas palabras para ella, sus compañeros y, al menos en este vuelo en concreto, para la compañía.


Llegamos al aeropuerto, que es inmenso y, como sabréis (y si no, ya lo sabéis ahora, que os lo estoy diciendo), está construido sobre una isla artificial. Una vez en tierra las ganas de fumar (que no hicieron acto de presencia en todo el viaje) se hicieron insoportables y la necesidad de una buena dosis de nicotina fue más fuerte que nosotros. Fumar está prohibido (y severamente multado), pero existe una sala inhumana donde encerrar a los poseidos por el tabaquismo (creo que después de haber soportardo estar allí no dejaré el tabaco nunca, porque de verdad había que echarle ganas, virgensantísima). Nos fuimos hacia allí y puedo jurar que nunca un cigarro me ha sabido peor. El aire era prácticamente irrespirable y estaba tan sumamente cargado que se podía cortar (y no exagero nadita).



Desquitados del vicio nos dirigimos hacia el control de pasaportes. Ups, otra sorpresa, nos hicieron pasar por un control especial (detección del SARS) en el que un ordenador medía la temperatura corporal. Además, nos vimos obligados a soportar y tolerar (qué remedio!) la presencia de unos personajes que, termómetro en mano, te lo dirigían a la cabeza (sin previo aviso) como si fueran a pegarte un tiro en la nuca o algo, para ver si detectaban fiebre y te mandaban de vuelta a casa. Os digo que era como de ciencia ficción, pero fue real como la vida misma. No sería esa la única medida de protección contra el SARS que nos llamó la antención, pero no adelantemos acontecimientos.


Un autobús del hotel Salisbury vino a recogernos para llevarnos hasta la península de Kowloon.




Continuará...

11 comentarios:

Lorena dijo...

:D Me encanta tu crónica, muy divertida, por cierto ;) espero la continuación con muchas ganas :P Un beso!

Laura dijo...

Te he dicho ya que me encantan tus descripciones? Pues me encantan. Yo viajo poco, pero lo que daría yo por viajar en un avión de esos, aunque no fuera a ninguna parte. Me gustan los regalillos.

Laura dijo...

Por cierto, ¿puedes decirme cómo carámbanos separo los párrafos en mi blog? Mis textos parecen ladrillos. Gracias anticipadas.

The Pilgrim dijo...

Es que para viajes largos no hay nada como la business (por no hablar de la First Class), qué quieres que te diga... esperamos ansiosos la continuación de esta crónica.

Besos!

Di dijo...

Hola, la verdad es que se te dan bien las descripciones como dice Laura, y encima tienes experiencias que contar. Yo estoy harta de aviones, pero tengo que cogerlos no me queda otra, claro que mis trayectos son de una hora, no me da tiempo a tener el síndrome ese del turista. Dos veces he ido en business y la verdad no he notado mucha diferencia, ah y no me regalaron nada!.
Igual algún día te copio y cuento mis aventuras en Benidorm! jajaja.
Saludos!

BIRA dijo...

Hola a todos! Lorena, bienvenida. Me he pasado por tu blog y es una pasada. Ya estás añadida (aunque no me lo he leído todo todavía).

Laura, lo de los párrafos te lo he puesto en tu blog. Lo de viajar... he empezado un poco "tarde", pero me encanta. No me importa mucho el destino, me apunto casi hasta a un bombardeo (fotográfico, no de bombas, please!).

Hey, Pilgrim, qué alegría volver a verle! Con KLM bussines es la clase más alta, hace tiempo que no tienen First Class. La continuación se hará esperar unos días (intentaré que no sean muchos, que hay que ver las fotos, fotografiarlas que entonces no teníamos digital y están todas en papel, seleccionar, colgar, recordar, bufff. Pero prometo no tardar demasiado).

Di, nunca me cansaré de los aviones (espero), es la forma que más me gusta para viajar, y no los tomo para ir al super porque me queda a tres minutos y no hay que sino... En los aviones que hacen trayectos cortos (una hora, p.ej. no hay mucha diferencia entre una clase y otra, igual la comida, pero poco más), pero en viajes largos y en esos aviones inmensos (que me encantan, por cierto) la diferencia es como del día a la noche, o, para ser más claros, como llegar casi nuevo a destino o hecho una piltrafilla.

A lo mejor te ríes, pero Benidorm también está entre los futuros post, que el Costillo es super-fanático del lugar (échale guindas al pavo!!). Así que seguro si haces crónicas de allí tendré que pasarle el enlace, porque no querrá perdérselas.

Besos a todos!!

Thiago dijo...

jajaja un viaje por capítulos? cari, lo tuyo no es un blog, es un libro de viajes... jajaja bueno, yo te doy la razón a ti y a Costillo, pero yo solo quiero viajar ya en jet privado, que hoy viaja todo el mundo, jajaja

Por cierto mira este enlace:
http://yhadax.blogspot.com/2008/05/regalo-gatitos.html

¡regalan gatitos! jajaa

Bzos.

Unknown dijo...

hola mi negra¡
gracias por los mensajes de apoyo,como siempre,el que se sube en la montaña rusa soy yo, pero es como si estuvieras a mi lado aguantando marea,Ay las montañas rusas,con lo que me gustó en Port aventura el dragón khan y lo pesadas que se hacen en la vida real(que ya sabes que no es una cafeteria,la vida,digo,como dice Pilgrim,ni siquiera un puto bar cutre de carretera)
ya vamos mejorando,para empeorar para mejorar...hasta el imfinitum
besazo

Di dijo...

hola, que conste que me he pasado por aqui! Luego vuelvo... Saludos!

BIRA dijo...

Ay, Iago, cielo, es que por algo me llamaban perímetro pectoral (aparte de por lo obvio) y es que me enrollo como las persianas y hay mucho para contar y si lo pongo todo en un post no os lo leéis fijo!! (conste que no es porque me falten temas, eh! que estos días con los gatos y las flores, toy sembrá!).

Queridísimo Haquiles, no tienes nada que agradecer. TE QUIERO, así de simple y me gustaría verte siempre alegre, con esa mirada tuya que tanto transmite. De todos modos, la montaña rusa, tú sabes, nos acompañará mientras estemos vivos, que me lo dijo el psiquiatra.

Gracias por pasarte en busca de nuevo post, Di!!

Un besote guapetones!!

Anónimo dijo...

Te entiendo "ferpectamente", Bira: viajar en bísnis es algo memorable. Tan acostumbrados nos tienen a tratarnos como ganado que, cuando se tiene la suerte de viajar en clase aristócrata, lo flipa uno. No por ser pijo, sino precisamente lo contrario: los pijos ya ni se fijan.

Yo solo he tenido la suerte de viajar en bísnis una vez, y fue porque había overbooking y tuve la suerte de que quedaran plazas de Clase Alta y la ley les obligara a llevarme allí. Fue en un viaje a San Paquito y aún lo recuerdo con fruición, ocho años después. Ay, cómo pasa el tiempo...

Espero la continuación del relato Hongkogniano. Mira que me gustó la ciudad... :-)